viernes, 31 de octubre de 2014

BRUJAS CONTRA ANGELITOS

En cualquier instancia, en cualquier escenario que no sea el nuestro, ganarían los segundos. Pero acá contrariando todas las disposiciones del Altísimo, los súbditos se han rebelado y terminaron por darle el triunfo a las primeras, y en la forma más apabullante, no sólo derrotando a los angelitos, sino haciéndoles casi desaparecer por completo del panorama.
En días como el de hoy, en años anteriores y en la concepción de muchos de la vieja guardia tiempos más bonitos, el ambiente era muy distinto, en el preparativo de una celebración muy nuestra, sin ribetes extranjeristas por ninguna parte.
Los angelitos criollos eran en su inmensa mayoría muchachos desharrapados, descalzos, hediondos a sudor y portadores de letanías para ocasiones propicias y adversas según el caso.|
Nada hacían, nada podían hacer en realidad aquellas redondillas mal hilvanadas, pero había en los corazones adultos un sano temor hacia el cumplimiento de propósitos desagradables en el caso de no atender a los angelitos, razón por la cual se procuraba la suficiente provisión de lo que aquellos iban a pedir.
En realidad ellos no pedían algo específico. Solamente imploraban una dádiva, aunque eso de implorar era solo un decir, porque en verdad era una especie de limosna con escopeta:
“Angeles somos,
del cielo venimos,
pidiendo limosna,
pa’ nosotros mismos”.
Pero ni el tono con que lo pedían, ni la reacción que se producía al no dársele, podían dar a aquella acción el calificativo de limosna.
“esta casa es de yuca,
donde viven las malucas.”
Esta casa es de espinas,
donde viven las mezquinas.”
Y aún más: los comentarios impublicables que algunos “angelitos” ya crecidos hacían al retirarse con la mochila vacía. Pero en verdad eran muy pocas  “las casas de yuca o de espinas”, porque todo el mundo procuraba atender a los angelitos, con aquellos carruzos de caña de azúcar, que era el regalo preferido, el más abundante, en fin: el que se estilaba.
Por cierto que nunca se estableció bien porqué abundaba tanto la caña en las fiestas de los angelitos del pasado, citándose como razón más valedera el aspecto precio, ya que era lo que se podía conseguir más a la mano, más barato, más fácilmente, sin que esto implique necesariamente que a todos los angelitos se les diera caña de azúcar.
No. Había quienes optaban por dar dinero en efectivo, contrariando inclusive las recomendaciones del cura del barrio,  o de la maestra de catecismo que aseguraba que “darle plata a los niños es acostumbrarlos mal.”
En escala muy inferior estaban algunos obsequios de ropa usada, y a veces nueva, y algunos juguetes que el Niño Dios del año anterior le dejó al chico de la casa, y que éste nunca miró  bien, porque había pedido un carrito sí, pero de cuerda y le pusieron uno de lata tirado con pita.
En otras partes se les daba bolas de coco (quizás una premonición que las malvadas brujas estaban haciendo de su futuro triunfo), confites de “El Dromedario” o simplemente conservitas de la tienda de Mañe.
Otros preparaban arequipe casero, pero a esto no se le medían mucho los angelitos, porque el viejo Basilio una vez los mandó a preparar en cierta forma y con determinados ingredientes “pa que les de cagalera a los pelaos de carajo esos”.
Dios, que no se queda con nada de nadie, salió en defensa de sus angelitos y el viejo Basilio aquella misma nochebuena, se comió unos pasteles de cerdo “fafao” que le provocaron tal diarrea que el Enterobioformo resultó impotente.
También se dejaron de lado las bolas de uñita que daban algunos clientes de los angelitos, porque un pelao de la calle Pacífico al recibir las tres policrómicas bolitas que le entregaron, pensó de rapidez que eran dulce y zas..se metió una en la boca y le clavó el mordisco. Hubo dos "menos males”: que los dientes eran de “leche” y que no se le ocurrió tragársela, y así no era irreparable la pérdida de las dos piezas que se partió con el mordisco a la esferita de cristal.
En aquellos tiempos no había un tema especial para los angelitos, porque cuando Ruffo Garrido lo hizo, ya en verdad la fiesta se estaba viniendo a menos y en consecuencia en el apogeo de los pelaos descamisados y con mochilas, eran otros temas los que sonaban: desde “Boquita azucarada” y “Hace un mes que no baila el muñeco”, hasta los que pegaron papá Ruffo y Nuncira Machado, pasando por una buena cantidad de temas con La Atlántico Jazz Band, Lucho Bermúdez y otras agrupaciones criollas, sin ser algunos eminentemente alegres, pero de moda en aquellos tiempos en que ya hemos quedado en que igual se bailaba un porro que un bolero.
Pero no se crea que los angelitos se limitaban a la invasión de rapazuelos pidiendo caña y demás especies citadas y sin citar.
Había otros angelitos y angelitas sin mochilas y algunos ya desdentados que igual pedían su regalo:la vieja que lavaba, el que vendía los periódicos, el basurero, el que compraba frasco y botella, sin faltar una que otra mamá de una amiga que quería sacarle partido a la “visitadera” que hacía el joven a aquella casa y que ella vislumbraba que era por algo más que jugar damas con los hijos, por calentarle el oído a la hija que estaba muy buena.
Los mayores bebían ron la víspera y el día, y era inmancable el desayuno bien nutrido, con chuletas de cerdo, o un buen calentado de arroz con lisa y ensalada de aguacate, todo ello rociado con cerveza de sifón instalado en el patio. Campeaba el bollo de yuca apara acompañar esas frituras, porque el de angelito era precisamente para incluír en los presentes que se daban, bien a la barra de los pelaos que llegaban pidiendo, o a los visitantes gozones que también se presentaban a pedir angelitos, y a quienes les brindaban las “torrejas” de aquel bollo delicioso con humeante café tinto hecho en caldereta y meneado con “remillón”. Y eran señores bollos con todo el anís estrellado y el coco que pudieran soportar, sin escatimar nada para que quedaran sabrosos. Aquellos días eran muy buenos para todos, pero en verdad en la mente de nadie había la idea que se estaba festejando una fecha especial. Solo el correr del tiempo y la añoranza de las cosas que se van, nos han hecho pensar muchos años después que aquellos días eran en eso: algo muy especial, sobre todo cuando el paso del tiempo inexorable hizo que el decorado hermoso fuese cambiando.Varias veces me he ocupado de “los vientos ineluctables” de los que nos hablara Porfirio Barba Jacob, y ello se debe a que acaricio con dolorosa nostalgia su esencia, su significado en días como el de hoy.
Sí.
Un día corrieron vientos ineluctables y de pronto nos vimos en un escenario muy distinto. Unas figuras fantasmagóricas aparecieron entre capuchas negras, narices ganchudas y sombreros puntiagudos, con un séquito de sombras y espectros, precursores de un duelo eterno, entonando  cánticos macabros, himnos de muerte, tal vez recibiendo en su seno a ilustres difuntos, quizás en ceremonia de victoria, ritual de triunfo sobre aquel que había sido y ya no era.
Los querubes con alas blanco rosa y ribetes dorados desaparecieron para dejar paso a los pajarracos sombríos, tan tétricos como los tiempos que les ha tocado vivir. De muy lejos llegaron costumbres, expresiones, sentimientos, vivencias, que se apoderaron de las almas, de los cuerpos, de los lugares, de la música, de todo.
El día cedió paso a la noche. La bienhechora luz meridiana fue ensombrecida por los negros crespones de una noche luctuosa y los niños fueron transformados de ángeles a demonios, hechiceros, brujas, espantos, como en monstruosa fantasía compartiendo con héroes ficticios de un folclor lejano, extraño, ajeno.
Las mochilas criollas desaparecieron despavoridas ante la invasión de calabazas terroríficas, con figuras de caras deformes y la luz de una vela interior que las hacía más espantosas. Todos los hechizos de la magia negra reemplazaron a “los ángeles que del cielo venían pidiendo limosnas para ellos  mismos.”
Hoy, en otros tiempos era el día de los angelitos. En este año, es la noche de las brujas. Y en medio del pesar que siempre deja recordar tiempos felices en momentos tristes, hay una preocupación más:
Si ya corrieron los tiempos ineluctables, no estaremos próximos a “levar anclas para jamás volver?”

Pero entre tanto, hagamos un conjuro, también de aquellos tiempos, sin importarnos lo que venga mañana: vamos a meternos un petacazo fuerte, con una vara de granada lista y un porrazo de aquellos tiempos, para contrarrestar el hechizo de las brujas modernas.

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