En cualquier instancia, en
cualquier escenario que no sea el nuestro, ganarían los segundos. Pero acá contrariando todas las disposiciones del Altísimo, los súbditos se han rebelado
y terminaron por darle el triunfo a las primeras, y en la forma más
apabullante, no sólo derrotando a los angelitos, sino haciéndoles casi
desaparecer por completo del panorama.
En días como el de hoy, en años
anteriores y en la concepción de muchos de la vieja guardia tiempos más
bonitos, el ambiente era muy distinto, en el preparativo de una celebración muy
nuestra, sin ribetes extranjeristas por ninguna parte.
Los angelitos criollos eran en su
inmensa mayoría muchachos desharrapados, descalzos, hediondos a sudor y portadores de letanías para ocasiones propicias y adversas según el caso.|
Nada hacían, nada podían hacer
en realidad aquellas redondillas mal hilvanadas, pero había en los corazones
adultos un sano temor hacia el cumplimiento de propósitos desagradables en el
caso de no atender a los angelitos, razón por la cual se procuraba la
suficiente provisión de lo que aquellos iban a pedir.
En realidad ellos no pedían algo
específico. Solamente imploraban una dádiva, aunque eso de implorar era solo un
decir, porque en verdad era una especie de limosna con escopeta:
“Angeles somos,
del cielo venimos,
pidiendo limosna,
pa’ nosotros mismos”.
Pero ni el tono con que lo
pedían, ni la reacción que se producía al no dársele, podían dar a aquella
acción el calificativo de limosna.
“esta casa es de yuca,
donde viven las malucas.”
Esta casa es de espinas,
donde viven las mezquinas.”
Y aún más: los comentarios
impublicables que algunos “angelitos” ya crecidos hacían al retirarse con la
mochila vacía. Pero en verdad eran muy pocas
“las casas de yuca o de espinas”, porque todo el mundo procuraba atender
a los angelitos, con aquellos carruzos de caña de azúcar, que era el regalo
preferido, el más abundante, en fin: el que se estilaba.
Por cierto que nunca se
estableció bien porqué abundaba tanto la caña en las fiestas de los angelitos
del pasado, citándose como razón más valedera el aspecto precio, ya que era lo
que se podía conseguir más a la mano, más barato, más fácilmente, sin que esto implique necesariamente que a
todos los angelitos se les diera caña de azúcar.
No. Había quienes optaban por dar
dinero en efectivo, contrariando inclusive las recomendaciones del cura del
barrio, o de la maestra de catecismo que
aseguraba que “darle plata a los niños es acostumbrarlos mal.”
En escala muy inferior estaban algunos obsequios de ropa usada, y a veces nueva, y algunos juguetes que el
Niño Dios del año anterior le dejó al chico de la casa, y que éste nunca
miró bien, porque había pedido un
carrito sí, pero de cuerda y le pusieron uno de lata tirado con pita.
En otras partes se les daba bolas de
coco (quizás una premonición que las malvadas brujas estaban haciendo de su
futuro triunfo), confites de “El Dromedario” o simplemente conservitas de la
tienda de Mañe.
Otros preparaban arequipe casero,
pero a esto no se le medían mucho los angelitos, porque el viejo Basilio una
vez los mandó a preparar en cierta forma y con determinados ingredientes “pa
que les de cagalera a los pelaos de carajo esos”.
Dios, que no se queda con nada de
nadie, salió en defensa de sus angelitos y el viejo Basilio aquella misma
nochebuena, se comió unos pasteles de cerdo “fafao” que le provocaron tal
diarrea que el Enterobioformo resultó impotente.
También se dejaron de lado las
bolas de uñita que daban algunos clientes de los angelitos, porque un pelao de
la calle Pacífico al recibir las tres policrómicas bolitas que le entregaron, pensó de rapidez que eran dulce y zas..se metió una en la boca y le clavó el
mordisco. Hubo dos "menos males”: que los dientes eran de “leche” y que no se le
ocurrió tragársela, y así no era irreparable la pérdida de las dos piezas que
se partió con el mordisco a la esferita de cristal.
En aquellos tiempos no había un
tema especial para los angelitos, porque cuando Ruffo Garrido lo hizo, ya en
verdad la fiesta se estaba viniendo a menos y en consecuencia en el apogeo de
los pelaos descamisados y con mochilas, eran otros temas los que sonaban: desde
“Boquita azucarada” y “Hace un mes que no baila el muñeco”, hasta los que
pegaron papá Ruffo y Nuncira Machado, pasando por una buena cantidad de temas con
La Atlántico Jazz Band, Lucho Bermúdez y otras agrupaciones criollas, sin ser
algunos eminentemente alegres, pero de moda en aquellos tiempos en que ya hemos
quedado en que igual se bailaba un porro que un bolero.
Pero no se crea que los angelitos
se limitaban a la invasión de rapazuelos pidiendo caña y demás especies citadas
y sin citar.
Había otros angelitos y angelitas
sin mochilas y algunos ya desdentados que igual pedían su regalo:la vieja que
lavaba, el que vendía los periódicos, el basurero, el que compraba frasco y
botella, sin faltar una que otra mamá de una amiga que quería sacarle partido a
la “visitadera” que hacía el joven a aquella casa y que ella vislumbraba que
era por algo más que jugar damas con los hijos, por calentarle el oído a la hija
que estaba muy buena.
Los mayores bebían ron la víspera
y el día, y era inmancable el desayuno bien nutrido, con chuletas de cerdo, o un
buen calentado de arroz con lisa y ensalada de aguacate, todo ello rociado con
cerveza de sifón instalado en el patio. Campeaba el bollo de yuca apara
acompañar esas frituras, porque el de angelito era precisamente para incluír en
los presentes que se daban, bien a la barra de los pelaos que llegaban
pidiendo, o a los visitantes gozones que también se presentaban a pedir
angelitos, y a quienes les brindaban las “torrejas” de aquel bollo delicioso
con humeante café tinto hecho en caldereta y meneado con “remillón”. Y eran
señores bollos con todo el anís estrellado y el coco que pudieran soportar, sin
escatimar nada para que quedaran sabrosos. Aquellos días eran muy buenos para
todos, pero en verdad en la mente de nadie había la idea que se estaba
festejando una fecha especial. Solo el correr del tiempo y la añoranza de las
cosas que se van, nos han hecho pensar muchos años después que aquellos días
eran en eso: algo muy especial, sobre todo cuando el paso del tiempo inexorable
hizo que el decorado hermoso fuese cambiando.Varias veces me he ocupado de “los
vientos ineluctables” de los que nos hablara Porfirio Barba Jacob, y ello se
debe a que acaricio con dolorosa nostalgia su esencia, su significado en días
como el de hoy.
Sí.
Un día corrieron vientos
ineluctables y de pronto nos vimos en un escenario muy distinto. Unas figuras
fantasmagóricas aparecieron entre capuchas negras, narices ganchudas y sombreros
puntiagudos, con un séquito de sombras y espectros, precursores de un duelo
eterno, entonando cánticos macabros,
himnos de muerte, tal vez recibiendo en su seno a ilustres difuntos, quizás en
ceremonia de victoria, ritual de triunfo sobre aquel que había sido y ya no
era.
Los querubes con alas blanco rosa
y ribetes dorados desaparecieron para dejar paso a los pajarracos sombríos, tan
tétricos como los tiempos que les ha tocado vivir. De muy lejos llegaron
costumbres, expresiones, sentimientos, vivencias, que se apoderaron de las
almas, de los cuerpos, de los lugares, de la música, de todo.
El día cedió paso a la noche. La
bienhechora luz meridiana fue ensombrecida por los negros crespones de una
noche luctuosa y los niños fueron transformados de ángeles a demonios,
hechiceros, brujas, espantos, como en monstruosa fantasía compartiendo con
héroes ficticios de un folclor lejano, extraño, ajeno.
Las mochilas criollas
desaparecieron despavoridas ante la invasión de calabazas terroríficas, con
figuras de caras deformes y la luz de una vela interior que las hacía más
espantosas. Todos los hechizos de la magia negra reemplazaron a “los ángeles
que del cielo venían pidiendo limosnas para ellos mismos.”
Hoy, en otros tiempos era el día
de los angelitos. En este año, es la noche de las brujas. Y en medio del pesar
que siempre deja recordar tiempos felices en momentos tristes, hay una
preocupación más:
Si ya corrieron los tiempos
ineluctables, no estaremos próximos a “levar anclas para jamás volver?”
Pero entre tanto, hagamos un conjuro, también de aquellos tiempos, sin importarnos lo que venga mañana: vamos a
meternos un petacazo fuerte, con una vara de granada lista y un porrazo de
aquellos tiempos, para contrarrestar el hechizo de las brujas modernas.
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