viernes, 5 de septiembre de 2014

AQUELLOS TIEMPOS DEL SACO PRESTADO

Desde cuándo dejaron de usarse los sacos para ir a los bailes?
No fue un lento proceso que metía uno por uno a los "patos" hasta dejar las fiestas llenas de tipos en manga de camisa. Lo raro es que fue de un tirón. Tanto lo fue, que el día que dejamos de asistir a un baile, cuando volvimos poco después, ya hicimos el ridículo vestidos con entero, camisa de cuello duro, y para colmo mancornas y pisa corbata.
Nos quedó el recurso de dejar el saco "fiao" en manos de la cumplimentada que no sabía si guardarlo en su cuarto o usarlo para limpiar las mesas de varios borrachitos que llegaron antes que nosotros. Después, adiós corbata, utilizar el pisa corbata como destapador de botellas y regalar las mancornas a la primera chica que se atrevió a bailar con nosotros vestidos de tal guisa, como diría Don Quijote, para que se hiciera unos aretes. No hombre no! Don Quijote no! La muchacha. De todos modos nos defendimos, cosa que no pasaba en los bailes de antes porque sí el tipo llegaba sin saco era imposible entrar de esa forma. Generalmente el "pato" era muy conocido; no, el ex-Ministro Abello Roca no; él en aquel tiempo andaría en las mismas que nosotros; nos referimos al elemento que quería meterse a un baile sin haber sido invitado ni siquiera por otro invitado. Había un tipo al que llamaban "el dueño del baile", se apostaba en sitio estratégico, y si uno quería colarse ahí estaba él, preguntando quién lo había invitado, y como uno no tuviera una explicación satisfactoria iba a dar con su humanidad a la calle. Creyeron entonces algunos que la situación se arreglaría inventando las cuotas o "poninas" en los bailes; pero resultó hasta peor. El "dueño del baile" no desapareció sino que se hizo plural: una pareja nada agraciada colocaba el distintivo en la solapa, una cintica verde, color naranja o beige y ay del que quisiera entrar por el hecho que podía pagar los dos pesos que costaba la entrada y sin ameritar alguna relación amistosa con alguien del festejo. El problema mayor que presentaban esos bailes, al menos para los estudiantes, era esa bendita indumentaria: los "enteros" sufrían de un tremendo mal: encogían en partes tan imprudentes que uno como no andaba enchaquetado todos los días, le daba "palo" al pantaloncito, y así cuando se iba a poner el saco, éste andaba más oscuro que el pantalón.
Se puso de moda entonces el vestido "combinado", tal vez porque los dulceros llamaban así a un sabroso bocadillo de guayaba con crema de leche. No demoraron en llamarlos "bocadillos", pero uno... maldito si le importaba  y seguía considerando que era "chic" ir de combinado a un baile. Y la verdad es que no estaba tan mal cuando uno podía conseguirse la remonta del vestido que usó papá para su matrimonio, le daba cepillo y gasolina toda la semana y de verdoso que era, volvía a ser negro. Entonces, aprovechaba el saco color "gallina javá" que le quedó de algún Diciembre porque el pantalón "peló el cobre" en el fondillo hacía rato. Una buena camisa y una corbatica azul oscuro con bolitas blancas, unos zapatos negros y estaba uno como para aparecer en un video. (lo malo es que en ese entonces no los había). Pero era muy raro que se presentara esta serie de circunstancias y a uno no le quedaba más remedio que salir a prestar un saco y el que consiguió era un saco color azul marino. Como se disponía era de un parcito de zapatos, tacón "comío" que eran amarillos corte águila y doble suela y un pantalón-el único que le quedaba bien- marroncito a rayas blancas, se resignaba uno a quedar como un esperpento. Se necesitaba en verdad alma de torero para ir con semejante facha a un baile. Claro que uno se consolaba un poco cuando veía a los otros "bocadillos", y escuchaba uno de los comentarios desde la ventana por parte de los mirones que ya gritaban-:Hey tú chaqueta e´tabaco"- "El saco como bandera de carnicería"- "oye, si tú, el que está bailando con la mona traje rojo, cuando para el saco ese me regalas un pichón oíste"-. Y ni qué decir de los "cacharros" que se presentaban con eso del saco prestao. Esto es rigurosamente cierto y ya uno de los protagonistas del squetch está en el Seno del Señor quien se lo llevó rápido por razones de seguridad, ya que mi hermano Rafael parecía que no las buscaba sino se las encontraba. Ocurrió que en mi vieja casa de la calle de San Blas hubo tremendo bailoteo el día de nuestra graduación. Teníamos un amigo odontólogo parrandero insigne, y por tanto vio brillar la aurora en el patio de la vieja e inolvidable casa. Como tenía tanta confianza con mi hermano Rafael le dejó el saco de su finísimo entero a guardar allá, y no volvió esos días. Otro amigo de mi hermano Rafael, también difunto él, se presentó buscando un saco prestao el sábado; mi hermano le mostró su vestuario, pero él era más corpulento que su amigo, y ni qué decir de buscar en el mío porque el único saco que yo tenía era el del vestido de grado, y ni de vaina que se lo prestara; pero Dios quiso que allí guardaran el saco del odontólogo amigo. El cliente se lo probó, le quedó de perlas y cargó con el fino saco. Me quieren ustedes creer que al baile al que fue el hoy difunto amigo estaba también el odontólogo? Pues estaba! Y el otro estaba inquieto porque un tipo desconocido para él, lo miraba y lo miraba, lo seguía a todas partes, se le acercaba hasta en la sala del baile llegando hasta a tocarle una manga. El difunto amigo dijo que en vista de tanta vaina lo primero que creyó era que el tipo que lo asediaba era del otro equipo y hasta descarao. Así que cansado de tanto vacilón le fue dizque a hacer "el paro": "Oiga cuadro: Usted qué es la vaina que me mira y me mira y me está tocando el saco"-"Hombre yo no quería decirte, pero en vista que te has alzado te cuento que te miro y te miro porque el saco que tienes puesto es mío" -La que se armó! Uno decía que era imposible, que estaba loco o borracho, pero que mirara en el bolsillo interior donde estaba grabado su nombre en bordado especial. Trágame tierra! El muchacho arrancó dejándose una conquista a medias, y a eso de las 2 de la mañana fue a levantarnos la casa a patás por la jugada que le habíamos hecho. Cuando Rafael y yo nos levantamos a ver qué pasaba, a la distancia venía también el odontólogo con un saco puesto y otro en la mano a reclamarle a Rafael. Por qué había prestado sin su consentimiento aquel saco?!. Afortunadamente aquel episodio entre tipos cultos y muy amigos terminó en risas, mamadera de gallo y una amanecida en la puerta; pero en otros casos hubo hasta muertos por el saco prestao.

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